Por qué un diseñador cobra lo que cobra? (Y por qué eso está bien para todos)
- Jimena Femat
- 10 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 18 abr

Hay una pregunta que, aunque no siempre se dice en voz alta, flota en el aire cada vez que alguien ve una cotización de diseño:“¿Y esto por qué tan caro?”
Y mira, no juzgo. Yo también he visto precios de otras profesiones y he pensado:“¿¡Cómo!?”Pero luego me acuerdo: el precio no siempre se trata del “producto final”, sino de todo lo que hay detrás.
Y si te soy honesta, me tomó años ponerle valor real a lo que hago. Porque el diseño no solo es lo que se ve bonito en fotos. Es todo lo invisible que te sostiene en el proceso.
¿Por qué un diseñador cobra lo que cobra? Desde donde yo lo vivo:
Cuando empecé en esto, tenía miedo de cobrar. Pensaba: “Si cobro más, ya no me van a contratar”. Así que aceptaba hacer TODO por casi nada: cotizaciones interminables, propuestas a tres bandas, llamadas nocturnas, cambios de último minuto porque alguien vio algo en Instagram…
Y sí, me sentía útil. Pero también, exprimida.
Con el tiempo entendí que cuando no me cobro bien, tampoco puedo dar lo mejor de mí. Y que eso afecta a todos: al cliente, al equipo, al proyecto… y hasta a la energía del espacio.
Diseñar es mucho más que decorar
No estamos hablando solo de cojines bonitos o repisas bien puestas. Estamos hablando de:
Interpretar sueños que muchas veces ni siquiera están claros.
Resolver conflictos de pareja entre “a mí me gusta gris” y “yo lo quiero fucsia”.
Coordinar carpinteros, yeseros, proveedores, clientes, entregas, ajustes…
Y sanar el caos con estética.
Y hacer que el cliente se sienta en casa, no solo que vea una casa bonita.
¿Y sabes qué? Eso es pesado. Eso es emocional. Eso es energía.
El dinero también es energía
Y esto lo aprendí muy a la mala: cuando un cliente regatea desde el inicio, muchas veces también va a regatear tu tiempo, tus ideas, tu paz mental.
Y lo peor: regatear el valor te pone en una relación desequilibrada desde el minuto uno.
Pero cuando alguien paga con gusto, con conciencia, algo cambia: el proyecto fluye. El respeto está en el aire. Y hasta el resultado sale más hermoso.
¿Qué incluye ese precio que a veces sorprende?
Mi tiempo, sí. Pero también el tiempo que me costó aprender a hacerlo bien.
Mi escucha activa. Porque cada proyecto se convierte casi en terapia para alguien.
Mi intuición, para resolver sin que lo pidas.
Mi equipo, que ya aprendió a traducir mis gestos antes de que hable.
Y sobre todo: mi entrega. No me guardo nada cuando creo contigo.
Cobrar bien es un acto de amor propio y respeto mutuo
Si yo cobro bien, puedo contratar bien, pagarle justo a mis carpinteros, tener tiempo para innovar, estudiar, hacer mejor las cosas y hasta… ¡respirar!
Y tú como cliente, cuando inviertes con confianza, también recibes con más apertura. Porque no se trata de “cuánto cuesta”, sino de cuánto transforma.
¿Es para todos? No. Y está bien.
No todo mundo está en el momento para invertir en diseño. Lo entiendo perfecto. Pero si estás en ese punto donde quieres vivir distinto, más bonito, más tú…
Entonces sí: invertir en diseño vale cada centavo.
Y si me eliges a mí o a alguien más, recuerda esto: el diseño no es un gasto, es una expansión. Y si se hace bien… te cambia la vida.
✨ Invertir en diseño es regalarte belleza, funcionalidad y un pedacito de paz diaria.
Si sientes que tu espacio ya no vibra contigo, quizá es hora de rediseñarlo… desde adentro.
Escríbeme y vemos por dónde empezar!
Como estudiante de diseño industrial (y orgullosamente hija de la autora), este post me tocó algo profundo.
Me recordó que el diseño no solo se trata de objetos y estética, sino de sensaciones, memorias y conexiones que se activan en nuestro cuerpo.
Me encanta cómo hablaste de las texturas, los materiales y las plantas como elementos que transforman los espacios… porque justo ahí está la magia: en cómo el cerebro interpreta esas señales sensoriales—la suavidad de una tela, el olor de una planta, la temperatura de la madera—y las convierte en emociones, calma o incluso inspiración.
En diseño industrial aprendemos a pensar en la función y en la forma, pero textos como este me hacen volver a lo esencial: el…